Por monseñor Ramón Castro Castro, obispo de Cuernavaca y Secretario General de la Conferencia del Episcopado Mexicano

El arte de escribir y de publicar esa palabra acompañada de imágenes, para beneficio de un amplio número de personas, es un excelente medio para ayudarnos a poner los pies en la tierra, para generar reflexión, opinión y, en algunos casos, ayudar a desarrollar cultura a la medida (metafóricamente hablando) de la altura de la palabra escrita y publicada. Es decir, que el impacto es directamente proporcional al contenido escrito y publicado, sin dejar de considerar que cada lector recibe la información a su medida y la procesa bajo alguna intencionalidad propia.

Se razona a través de palabras y se imagina a través de imágenes, pero se comunican los razonamientos y las imágenes a través de medios, de formas literarias y comunicativas que distribuyen, por su género, el tipo de información. Cada texto con imágenes obedece a una intencionalidad del emisor y, desde siempre, se ha buscado la excelencia en las formas, y cuando se logra hasta se agradecen y disfrutan los buenos textos, sean noticias, textos de análisis u opinión, reportajes, crónicas o breves ensayos.

Y, dado que “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (como reza el Ángelus), a través de la cual Dios se comunicó con la humanidad para darle a conocer una buena noticia (evangelio), para nosotros, hoy, comunicar esa Palabra (con mayúscula inicial) a los hombres y mujeres de todos los tiempos, lugares y culturas, es una tarea impostergable de la evangelización entendida en sentido amplio, sobre todo cuando la desarrollan laicas y laicos bautizados, a título individual o colectivo, desde sus competencias profesionales y su responsabilidad civil o ciudadana.

Pero hay que reconocer que, en esta larga historia de la evangelización del mundo, ha habido momentos de uso magistral de la palabra y otros momentos de sequía. A veces se ha comunicado bien y a veces no, pero esto depende de circunstancia endógenas y exógenas a la Iglesia misma. Sin embargo, hoy vivimos tiempos difíciles para la prensa escrita y/o digital, pues las modernas formas de comunicación o de información, sobre todo el ancho mundo de las redes sociales (tan móviles como son), están no solo marcando el paso e imponiendo modas, sino que también están incidiendo en la forma misma como las personas prefieren obtener información, y de cuánto están dispuestas a ver, en tiempo y en cantidad de texto e imágenes, para estar informadas. Todo un cambio de época.

Cuando se hace periodismo con el signo distintivo de católico, es decir, con un sello que imprime carácter específico al producto o resultado que se comunica, mismo que lo diferencia de otras líneas editoriales, entonces las dos notas anteriores se intensifican. Es decir; para la Iglesia es muy importante el desarrollo de un periodismo católico, profesional y capaz de penetrar la cultura con vistas a la evangelización en sentido amplio, es decir, como proceso de encuentro de unas culturas con Cristo y su proyecto.

¿Qué es el periodismo católico?

Por el otro lado, el tiempo actual le impone al periodismo de cuño católico mayores dificultades, muchas veces por prejuicios (como pueden ser ciertas concepciones negativas a la religión por parte del “Estado laico”), por intereses de los grupos que pretenden dominar el espectro comunicativo, y por la pereza actual del usuario que dogmatiza que con 250 caracteres es suficiente, después de lo cual no es posible poner atención y se prefieren las imágenes a las palabras. Todo un reto.

Ahora bien, el periodismo es una actividad noble y necesaria al servicio de la sociedad, del conocimiento de la realidad y al servicio de los que pretenden dar un sentido y orientación (thelos) a las cosas, al devenir histórico, como es el caso de la causa cristiana.

Actitudes que, en resumen, promueven el instaurar y hacer vida los valores del Reino de Dios aquí y ahora.

Un periodismo católico, en el sentido arriba señalado, tiene que tener, al menos, cuatro características: veracidad, oportunidad, utilidad y esperanza. La veracidad se deriva del apego a los hechos (eventos puntuales, o frecuentes que forman tendencias), sin que la subjetividad domine a la objetividad. La oportunidad deriva del hecho de estar ahí en el momento preciso en que lo reportado ofrece claridad, sabiendo que las noticias son de breve duración o irremediablemente perentorias. Utilidad si su contenido ayuda a las personas a reflexionar, quizás a discernir y, en sentido más inmediato, les ayuda a tomar buenas decisiones para la vida. La esperanza se deriva de reportar no solo lo negativo que ocurre, sino también lo positivo, pues Dios está presente en la historia y lo está trabajando en favor del hombre y bajo la mediación humana, de forma que estas noticias son causa de esperanza.

Puesta al día del Evangelio

Pero la modernidad líquida que señala Zigmunt Bauman, el pensamiento débil de Gianni Vattimo, la hipermodernidad de la que se ocupan filósofos destacados como Gilles Lipovetsky y el surcoreano Byung-Chul Han, el tiempo de la posverdad, de las nuevas formas de hacer narrativa a través de redes sociales que generan infinidad de fake news, y el tiempo de “las no cosas” (como consecuencia de la digitalización de la comunicación), hacen que, entre otros aspectos positivos como la democratización de la información y el acortamiento de distancias, también coloquen a la prensa escrita y digital, de cuño católico, en serias dificultades para ser y crecer, como se espera de todas las cosas buenas.

Por ello, celebrar 28 años de vida de El Observador es un lujo para la sociedad y para la comunidad católica presente en todo el país, demostrando que el servicio de la información veraz, oportuna, útil y esperanzadora, a bajo costo, es un bien que la sociedad no puede darse el lujo de perder. Como sugirió el Concilio Vaticano II, el aggiornamento (puesta al día, actualización y constante modernización a las características de cada tiempo) de las experiencias positivas, es una tarea a la que los miembros de El Observador no pueden renunciar, so pena de auto-condenarse a dejar de ser. 

¡Que vengan muchos años más para El Observador de la Actualidad! Dios bendiga a todos quienes lo han hecho posible, aunque haya costado sangre, sudor y lágrimas, pero también la satisfacción de ofrecer un servicio de calidad necesario para la sociedad, para la evangelización y la causa del Reino.

¡Felicidades!

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 16 de julio de 2023 No. 1462

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